✦ . ⁺ Capítulo II ⁺ . ✦
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Le hubiera encantado proclamar que la cena fue incómoda. Sus labios rogaban anunciar que se la había pasado fatal, que cada comentario que hizo el príncipe Bruno había sido aburrido, sinsentido. Poder confirmar, nuevamente, que todo aquel que llamara a su corazón después del conde de Asper, era tan solo un fantasma del mismo.
Sin embargo, como una broma del destino, no fue así. El príncipe resultó ser muy elocuente. Llevaba la charla en la mesa con una tremenda maestría, que jamás se inclinaba a opacar a otros, o a vanagloriar sus propios méritos; sino que rodeaba a los presentes como enredadera en un misterioso jardín. Era eso, era sentirse en un jardín cuando se hallaba con su invitado.
El salón no estaba iluminado por el sol, pero lo parecía. Los adornos de la mesa eran aún más divinos, si era acaso posible embellecer aún más esa escena. Los atavíos de los presentes eran más bellos, así mismo las joyas y las horas, los minutos. De lo infinito a lo pequeño, y todo eso desembocó en la princesa levantándose de golpe cuando apenas traían el postre.
—Querida, ¿te encuentras bien?
Apenas notó que su acción había sido inadecuada, la princesa Lluvia regresó a su lugar. Admiró a todos avergonzada y después tomó un suspiro para enfocarse en el bizcocho que acababan de colocar frente a ella.
—Lo siento, me parece que he visto un insecto.
Su madre la miró con un gesto suspicaz. Sabía que algo le sucedía a su hija y también estaba absolutamente convencida de saber qué era.
El postre parecía querer extenderse, como el pequeño río de chocolate que salía del bizcocho. Lluvia sentía el clima de afuera colándose por la espalda, a pesar de que el sol estaba frente a ella. Con las palabras del príncipe, con la increíble compañía.
La incomodidad se hizo tan grande que, antes de que ninguno de los presentes terminara de comer, se levantó con el mayor recato para retirarse un segundo.
El castillo de su familia era muy tranquilo. No tenía una gran actividad, como había escuchado que pasaba en otros reinos aledaños, como el de Imperia. Tampoco realizaban tantos festejos, ni había personas caminando por doquier con adornos o mensajes que llevar. El reino de Lluvia era muy tranquilo. Casi nunca pasaba nada, era un lugar calmo. Aquello también se reflejaba en la morada de sus reyes.
El silencio acompañó a la chica por ese enorme pasillo saliendo del salón. Creyó que recorrería un poco del mismo, ya que era enorme, y después, menos angustiada, retomaría su lugar.
El estómago comenzaba a dolerle, y sabía que no era por la comida, la cual había sido absolutamente deliciosa, sino porque dentro comenzaba un torbellino de emociones que no buscaba obtener.
Cual cristal sonando en una melodía, su madre salió con delicadeza del salón para alcanzarla. Extendió sus brazos maternales hacia la chica y le dirigió una sonrisa cálida, poco digna de una monarca, pero rebosante de compasión y dulzura.
—Mi pequeña Lluvia, ¿por qué no me acompañas un momento a la biblioteca?
La joven se quedó sorprendida un segundo, pero inmediatamente aceptó y ambas tomaron su camino. La reina era una excelente madre. El rey era un excelente padre. Como dirigentes, quizá eran criticados por tener un ejército flojo, una defensa casi nula y la preocupación por expandirse y no dejarse conquistar, casi por los suelos. Aun así, eran todo lo que una familia necesitaría.
El aroma a libro inundó a la princesa Lluvia mientras su madre cerraba la puerta tras ellas. La biblioteca era uno de sus lugares favoritos. En ese reino se amaba la lectura, porque iba lenta, suave y tranquila, como era la vida ahí.
La reina volteó a ver a su hija y le sujetó las manos, al tiempo que echaba un vistazo a los libreros desplegados por ese enorme y acogedor lugar.
—Qué hermosas historias, ¿no lo crees, Lluvia?
—Casi he terminado con toda la biblioteca —comentó la chica riendo.
Le había ayudado tanto en estos meses. Llenar su cabeza con la voz de otros personajes, dividir sus penas con otros amigos, aunque estos fueran de papel.
Su madre soltó las manos para caminar por un escaparate con mucha confianza. Tomó un ejemplar en sus preciosas manos y lo señaló a su hija.
—Este siempre ha sido mi favorito, ¿lo has leído?
—No, aún no llego a esa sección, pero se ve lindo. —Lluvia tomó el libro entre sus manos como un nuevo tesoro y se puso a hojearlo en lo que su madre sonreía con el objetivo cumplido en el entrecejo.
—Lo que más me gusta es que es una historia sobre renacer. ¿Sabes que es lo más hermoso de renacer?
La joven comprendió inmediatamente la intención de su madre y cerró el libro para abrazarlo mientras sentía que la incomodidad llenaba sus pulmones.
—Lo más hermoso de renacer, mi pequeña, es que nos demuestra que siempre había más vida por delante de la que alcanzábamos a ver.
—Mamá...
—No dejes que las experiencias te detengan, Lluvia. Cuando su misión es hacerte más fuerte para continuar.
La princesa reconocía la verdad en esas palabras, pero le resultaba complicado asumirlas. Aún así, recibió el abrazo de su madre y se quedó charlando con ella un rato más. Cuando la luz ya había cambiado un poco, la reina se levantó de los cómodos sillones que decoraban la biblioteca y tomó un libro, para después acercarse al gran ventanal.
—Creo que este le gustará —comentó la mujer.
Cuando lluvia levantó la vista, notó al príncipe y a su padre recorriendo el jardín. No le quedó duda de que todo aquello había sido planeado, pero aún así recibió el libro y escudriñó al príncipe una vez más.
Aún desde lejos le transmitía algo, aún charlando con la voz enmudecía le parecía escucharlo y, como aquello era demasiado, bajó la vista hacia el título del libro antes de levantar las cejas con asombro.
—Es mi libro favorito.
Y la reina le miró victoriosa.
—Lo sé.
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